Alex Higgins se emperraba en volver, como los malos recuerdos, una sombra de lo que fue, un tornado exhausto, con la voz ronca porque le han arrancado el paladar, su rostro de viejo terco, sus manos agarrotadas en el taco, la espalda encorvada sobre la mesa verde, todo envejecido, todo en ruinas menos sus ojos rencorosos, que nos prometen en vano ya vas a ver con quién te has metido...
El retorno de un campeón es siempre triste, porque nos deja una sensación de súplica, de mira que me he olvidado la billetera no tienes unos pesos te los devuelvo mañana...
El huracán del Snooker era una estrella como Best o Bobby Moore. Si esa es la sensación que da el retorno de un multimillonario como Michael Jordan, que no necesita dinero pero mendiga aplausos, imagínense la repugnancia de los buenos vecinos ante el retorno de Higgins, que anda por los pubs jugando desafíos por un puñado de esterlinas, una ruina, pobre, pobre Huracán, por qué no te quedas en tu rincón oscuro, no insistas que das lástima...
De la cima a lo más bajo
En su época era irresistible, el mejor jugador de snooker de la historia, si la calidad del deportista se mide por el placer del público.
Lo vimos en 1981, una noche de boxeo en el Royal Albert Hall. En el ring se abrazaban dos insignificantes campeones del mundo; en la platea, entre los mafiosos de rigor, estaban Carlos Monzón, George Best, Bobby Moore, un príncipe de la sangre... ese tipo de gente.
Higgins ingresó en triunfo entre el segundo y el tercer round. Lo sentaron en primera fila, al lado de su paisano Best, otro genio, otro alcohólico. Los vimos chocar sus frascos de licor y convidarse: bebían como los pájaros, levantando la cabeza antes de tragar.
George Best había renunciado al fútbol de primera división en 1973, cuando sólo tenía 26 años pero demasiada sed y ganas de divertirse. Ahora, a los 56 años, convalece de un transplante de hígado: el viejo ya no funcionaba más, petrificado por el alcohol.
Higgins jugó su último torneo en 1997, en Plymouth. Pasó un papelón y anunció su retiro diciéndole al público dónde podía meterse el taco (en el sitio de BBC Deportes en inglés está el vídeo con el exabrupto en todo su esplendor).
Jordan mendiga aplausos. Lo echaron a empujones y esa noche alguien le dio una puñalada.
Al año siguiente le diagnosticaron cáncer de garganta, desencadenado por la sinergia del tabaco y la bebida. Era un bebedor insaciable, capaz de poner bajo la mesa al actor Oliver Reed, su compañero de parranda, muerto en 1999 durante la filmación de Gladiator (consecuencia de una borrachera, claro).
Ahora, el cáncer contenido tras una operación, de nuevo fumando y bebiendo, el Huracán parece tan viejo como la noche a los 53 años, pero quiere ganarse unas esterlinas haciendo lo único que sabe hacer.
Se ha inscripto en el torneo Benson & Hedges (no, no sabemos si ésta es la marca de cigarrillos que él fuma) y debutará ante Lee Spink el 23 de octubre.
Spink no está entusiasmado: "Tal vez no se presente, pero si lo hace la atmósfera no va a ser muy grata, me temo que sea algo muy triste".
Clive Everton, el comentarista de snooker de la BBC, nos dijo que "Alex no está bien, y debe enfrentar a un buen jugador en la primera ronda. En los últimos años lo han visto jugar al pool en pubs y clubes, en desafíos por 10 esterlinas".
Somos nosotros, el público, los que damos un contenido importante a una realidad de lo más vulgar
Sí, como la película de Paul Newman, pero señores, un poco de respeto, que no estamos hablando de un personaje de ficción sino de Alex Huracán Higgins, un campeón formidable, un hombre que mantenía en vilo a los espectadores, que se abalanzaba sobre la mesa y desencadenaba un vendaval de golpes.
Un jugador de snooker convencional parece un simple billarista con algo más complicado entre manos, pero el Huracán parecía un zorro en anfetaminas que ha encontrado abierta la puerta del gallinero.
Sus actuaciones tenían ese frenesí, esa urgencia de la matanza que enardecía al público.
Una vez descargado, el ímpetu es irrecuperable, claro, de modo que este Alex Higgins que veremos a fin de mes será una caricatura, nos dice a coro casi todo el mundo.
Responsabilidad compartida
Y sin embargo... y sin embargo nosotros seremos los responsables de este espectáculo, no el pobre campeón en desgracia.
Somos nosotros, el público, los que damos un contenido importante a una realidad de lo más vulgar.
"El campeón (...) está condenado a consumirse "Lo que nos entristece no es el hecho de que un hombre quiera hacer lo que sabe hacer (aunque no lo logrará, porque así son las cosas de esta vida), sino que ese viejo testarudo quiera examinar nuestros recuerdos, la validez de lo que alguna vez admiramos.
Tenemos miedo de perder la conexión entre Alex Huracán Higgins y los instantes de felicidad que nos dio antes de indicarnos dónde meternos el taco de billar. Cuando ese vínculo desaparece, se esfuma todo.
Esto es lo que corresponde al espectador. ¿Y qué le pasa al actor, a Higgins?
Los viejos campeones quieren volver, creo yo, porque los atrae el abismo. Ser campeón consiste en prodigarse, en agotarse. Un campeón de vida ordenada, pura, simple, es un desatino, un error del guionista.
El campeón despilfarra y está condenado a consumirse, su trayectoria equivale a la de una mariposa nocturna alrededor del fuego.
El 23 de octubre Alex "Huracán" Higgins caerá en el fuego que busca desde que tenía pantalones cortos y soñaba con ser jockey.
El pobre cambió de oficio cuando se dio cuenta de que corría más rápido que el caballo. Arriba, viejo Huracán.